Faltaban diez minutos para que el reloj marcara las nueve y todavía la gente se aglutinaba en las taquillas. Los que ya tenían su pase al espectáculo iban entrando con ansiedad por la puerta principal del Teatro Romea. Al cabo de unos momentos, el patio de butacas, los palcos y los `gallineros´ se llenaron de miradas inquietas al escenario.
Con la puntualidad de todo buen espectáculo, a las nueve se apagaron las luces, silenciando a los presentes con acordes de guitarra. Abriéndose el telón aparecían los bailaores generando percusión con sus limpios pies, golpeando cajones y palmeando contratiempos. Daba comienzo Canciones antes de una guerra.
A lo largo de toda una hora y media, se iban dando distintos decorados para representar todo aquello que puede olvidar una contienda bélica. Un blues o canciones como si de un cabaret se tratase, interpretaban los bailarines que acompañan a Maria Pagés. Y aunque las canciones no suenen a flamenco, está coreógrafa imprime su sello dejando marcado su estilo.
Toda la alegría que ensimismaba a los espectadores se convirtió en luces tenues y música relajada. Maria Pagés comenzaba a interpretar las Nanas de la Cebolla de Miguel Hernández. Con una atención insólita al cuerpo, Pagés se sumergía en su característico baile flamenco, impregnado del mundo contemporáneo. Ya se podía vislumbrar sus largos brazos acariciando cada nota, como si no se quisiera deshacer de ninguno de sus movimientos.
En la segunda parte, se va sintiendo más el flamenco. La voz la prestan un hombre y una mujer, con desgarros muy peculiares, acompañados de palmas, guitarras y risas que envuelven el aire de fiesta. Tras la combinación del elenco y el efecto hipnotizador de Maria Pagés, se va sintiendo el final utilizando la fusión de manera más acentuada, para decir adiós. Con todos en escena, con un mapamundi como fondo, sonando la canción de Imagine de John Lenon, acompañada de una voz femenina limpia y rota, se presentan asimetrías giros y los últimos repiqueteos.
lunes, 4 de junio de 2007
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